Podrán existir muchos deportes, pero ninguno es tan apasionado como el fútbol. Cuando estamos en eliminatorias, competencias, amistosos, es como si por 90 minutos todos estuviéramos unidos, contentos y felices, incluso se unen aquellos a los que no les gusta mucho o no saben qué es un tiro de esquina, o un fuera de lugar, no importa… se respira alegría en el ambiente.
El fútbol enseña muchas cosas, entre ellas que podemos tener los mejores jugadores, el mejor entrenamiento, el mejor Director Técnico, pero lo único cierto es que nada en la vida es garantía de nada.
¿Cuántas veces uno se prepara, le mete toda la fe, da lo mejor en el campo (de la vida, de las relaciones, del trabajo) y las cosas no salen como uno esperaba? Y uno se pregunta: cómo fue que di ese mal pase, cómo fue que falle ese penal, una jugada, cómo fue que no pasé el balón cuando era necesario. Tantas y tantas preguntas, muchas de ellas, hasta tiempo después de haber analizado aquel momento.
Y cuando jugamos bien y repasamos todo lo que hicimos y no obtuvimos el resultado esperado, mucha gente dice después “es que merecían ganar” pero resulta que en el fútbol como en la vida, no se trata de merecer, se trata de hacer goles. Y hacer goles en la vida como en el fútbol no es fácil y no depende solo de uno mismo, a veces se requiere apoyo, que ciertas circunstancias estén a nuestro favor, simplemente algo de suerte o que el destino este de nuestro lado, por mencionar algunas.
Si bien es cierto, que el VAR le vino a quitar la esencia al fútbol, también nos da la oportunidad de sentir cierta justicia al momento de volver a ver una jugada, y que la puedan repetir y saber que se a tomado la mejor decisión. Al menos el fútbol amateur aún conserva esa esencia, el fútbol no es un juego perfecto, hay errores y aciertos, pero eso es lo que lo hace el deporte más bello.
¿Cuántas veces en la vida nos han sacado tarjeta amarilla siendo injusta la amonestación? Y ¿cuántas veces nos perdonaron y no notaron la falta que cometimos hacia otro jugador? O ¿Cuántas veces nos pusieron tarjeta roja de una y nos sacaron del juego con una facilidad increíble, sin siquiera darnos una oportunidad? ¿Cuántas veces pusimos nosotros la tarjeta roja sin escuchar razones?
¿Cuántas veces teníamos una única oportunidad de cobrar un penal que iba a ser decisivo para el equipo (nuestra vida) y lo fallamos? Y después de eso nos la pasamos repitiendo en nuestra mente la jugada una y mil veces tratando de entender cómo fue que nos equivocamos… Y tras de todo, en vez de tener apoyo, sentir las voces de las personas a nuestro lado criticando, haciendo chistes malos y jurando que si estuvieran en nuestro lugar, no lo hubieran fallado.
Porque en el fútbol como en la vida, hay una cantidad de personas que se auto consideran “idóneas” para saber cómo nosotros debemos hacer mejor las cosas, porque ante los pecados de los otros, todos somos santos.
Seamos sinceros, no hay nada mejor que ser directores técnicos desde el sofá, la tribuna del estadio, o ahí aún lado de la raya de cal.
Y ¿qué decir cuando ganamos o perdemos? Cuando existen las dos caras de la moneda, la tristeza y por otro lado la felicidad. En el fútbol como en la vida, las alegrías de unos son las tristezas de otros.
Por eso considero con todo mi corazón que hay que ser compasivos con nuestros compañeros de vida frente a cada circunstancia que se vive en el terreno de juego. Ni endiosar las alegrías, la fama, el poder (que bien efímero que es); ni maltratar, amenazar, humillar y creernos superiores ante los fracasos de otros. Tanto las alegrías como las tristezas tomarlas con el mismo equilibrio.
En el fútbol como en la vida hay que aprovechar los tiros de esquina, las prorrogas, los penales y lo más importante de todo aceptar el resultado.
En el fútbol como en la vida vendrán más competencias, más partidos, que iniciarán 0-0 porque siempre existirá una nueva oportunidad de hacer las cosas, es posible que tengamos mejor suerte en la próxima o tal vez no. O simplemente nos toque estar en la banca pero, lo único que podemos hacer es estar ahí, listos por si nos llega la oportunidad de entrar al juego. Pero eso sí, entender que en esta vida somos un equipo, que nadie puede ganar un partido solo. Los jugadores hacen goles, los equipos ganan partidos.
Al final la vida es un juego que no se acaba hasta el silbatazo final.
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